Seguirle la pista a Gabriel Pereira Spurr se puede volver difícil; la última vez que revisamos su trabajo fue, apenas, el año pasado con el lanzamiento de "Monopolio" por Super Space Records, desde ese momento Gabriel ha lanzado, al menos, 5 discos más en diferentes sellos y comenzó hace poco un sello propio, bautizado Sotterfugi Editori, con el cual ya ha lanzado trabajos de tres artistas muy interesantes los cuales esperamos poder revisar en detalle pronto.
Tratar de reconstruir los lanzamientos personales de Gabriel puede volverse complejo, no mucho después de "Monopolio" lanzó el disco "Industria", el cual puede considerarse hermano gemelo de "Monopolio" gracias a su narrativa de caos político, económico y social sustentada simplemente en los títulos de las canciones y los sonidos apocalípticos creados por Spurr. No obstante, Gabriel ha ido explorando también un lado más espiritual — o místico, o como cada quien quiera llamarlo— que tiene como punto clave el disco colaborativo con Hernan Cassiodoro, artista gráfico y músico argentino parte de los recordados Olfa Meocorde. Esa colaboración se titula "Ignis Scriptum" y aúna en cuatro temas largos la a veces crepitante electrónica de Spurr con una serie de instrumentos de viento interpretados por Cassiodoro; el resultado es un equilibrio raro, pero bien logrado, entre la psicodelia/electro y la psicodelia/ancestral.
Se escapan muchos otros y seguramente se han de escapar muchos más, motivo por el cual consideramos importante invitar a Gabriel Pereira Spurr, nacido en Uruguay pero afincado ya hace tiempo en Buenos Aires, a participar en "Juguetes para Grandes; el resultado, no obstante, tampoco es muy aclaratorio, más bien ratifica el ritmo caótico de Spurr solo que desde su ánimo creador interno: Gabriel optó por presentar su trabajo no desde lo material o de lo técnico, sino desde lo intangible, construyendo un relato en base a recuerdos de sus acercamientos no solo a la música sino al sonido en sí. El texto resultante sirve para entender cómo Spurr se aproxima a la composición, algo que viene bien para contextualizar su creciente discografía.
Artista:
Gabriel Pereira Spurr.
Un elogio
meditado acerca de la espontaneidad y de su consorte la improvisación. El
siguiente fragmento puede ser entendido como una de esas viejas transmisiones
radiales constantemente fracturadas por la estática. Una vez que
la relación con los elementos técnicos se torna fluida no hay salida más
gratificante que echar a rodar el vehículo que traslada lo imprevisto. Todavía
recuerdo la sensación de haber absorbido sonidos sin el conocimiento expreso de
los artefactos que los producían. En ese entonces no sabía que una guitarra y
un automóvil tienen seis cuerdas y cuatro ruedas respectivamente y una fuente
considerable de posibilidades de emisión. De repente te cubrió el “discernimiento Russolo”, aunque lo lumínico en
ese momento no necesitó explicarse. La explicación, aunque no hubiera solicitud
alguna al respecto, llegó después. A medida que se crece nos convertimos (compelidos
por el entorno mediato) en una especie de entomólogos y el tedio nos embarga a
fuerza de clasificación.
Ese es el
origen, el pez no pregunta el por qué de la respiración bajo el agua. La
improvisación te convierte en
“sónicoantropólogo interno”, una visión que ni siquiera es una elección dado que se
desarrolla con vigor en los márgenes externos de la aprobación de esquemas musicales-comerciales
establecidos con prepotencia (solo defectos de formación pueden haberte
desviado de la premisa fría que indica que se “es” nada más que en función de
los bienes que se han acumulado). Entonces comienza a definirse como impronta
una profunda habilidad para desarmar mecanismos y rearmarlos, pero dejando por
el camino un par de piezas o más. Esto da como resultado una entidad en
apariencia idéntica a la original pero plagada de matices, con funcionalidades
(o disfunciones) diferentes.
Los hechos musicales o de cualquier índole circulan con
la naturalidad que se desprende del respeto o no que les dispensemos. La
espontaneidad no debería ser una excepción. El placer en la ejecución (que
deriva en la construcción de la “cosa”) hace el resto. Existen planos de
retroalimentación verdaderamente tentadores que se asientan en la ausencia de mapas o guías de desarrollo
creativo. Es la
diferencia existente entre la película entera y los efectos especiales. Contamos
con dogmas que indican que con los años uno y su “arte” se vuelven más
reflexivos, y por tanto efectivo, pero ello no necesariamente es así, a no ser
que admitamos que la velocidad del poder de reflexión se ha multiplicado de tal
forma que puede ser aplicada a “temporalidades instantáneas”, única manera de
no anquilosarse.
La
zanahoria de la meta es tan potente que perdemos el registro del sendero y es
una cuestión más bien extraña pero de “sentido común”; el reino que estrecha,
rigidiza y acota los intentos de trascendencia de la “razonabilidad”. Vivimos
un mundo “razonablemente razonable” y por lo tanto intrínsecamente “bello” y
auto-policíaco (atento a la disidencia y su represión) en su afán de
perpetuidad (subyugado por la pulsión erótica de ser numerosamente aceptado). Agazapados
como es su costumbre los soldados de la perfección se burlarán de la exposición
de cualquier rugosidad dado que están obligados al pulido constante de
cualquier superficie que se les presente para con ello alcanzar la naturalidad
del plástico. La
perfección es demasiado desgastante. Es una
tarea arriesgada jugar los boletos a la improvisación y lo espontáneo en el
imperio del cálculo. Es una
tarea irrenunciable jugar los boletos a la improvisación y lo espontáneo en el
imperio del cálculo.
Cuando
joven dejé de hacer música durante un lapso prolongado porque sentía que mis
ideas eran mucho más interesantes en el terreno de lo posible que en el de la
ejecución concreta, y eso fue como tener una nube virtual mucho antes de la
red. Las cosas estaban ahí y las tomaba (o no) a la medida de mis necesidades
(para difusión de proyectos o pura vanidad); no ocupaban un espacio tangible. El poder de
atención de las personas (en este caso en relación a un hecho artístico, pero
podría extenderse al general) se ha visto seriamente erosionado por infinidad
de mensajes que indican que no hay tiempo. Eso empuja hacia delante; un
adelante ciego donde lo importante es ganar tiempo para seguir ganando tiempo.
Y coloca a las personas diez minutos delante de aquí (para vislumbrar el
resultado) o diez minutos detrás de aquí (en aumento a medida que nos alejamos
del punto de partida donde ha quedado el plan original que nos lleve a ese
futuro prometedor). Se elimina el aquí en pos de conseguir la mayor cantidad de
información en lapsos cada vez más breves. La ansiedad se traslada (cuando uno
escucha música, por ejemplo) a la próxima nota, al próximo acorde y eso hace
que la percepción se vuelva superficial. La máxima imperante indica que sólo se puede absorber el hecho artístico en
la medida en que sea compatible con alguna otra actividad. Si no sería una
pérdida de tiempo. Prefiero perder el tiempo.
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